La perversidad de los abrazos precipita todo atisbo de razón, por el precipicio.
El ardor apoderándose del corazón y de tus venas,
corazón amarrado a una diana, con cientos de puñales sorteando los átomos del aire,
para no atravesarlo, y verte, por fin, doliéndote y sintiendo.
La mano hace de escudo, agujereada pide clemencia. No llores más, no clames al cielo, clama aquí que es donde está la verdad.
Una arteria huye despavorida, quiere, ansía, desea salvación. La salvación de un alma pura.
La maldad nunca fue tan sensual.
Agita tus lascivos sentidos, insinuante poder libertino.
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