Marnie me dejó, si. La mujer con nombre de perro me abandonó, si. Pero el duelo acababa de pasar. Los meses de vestir de negro funeral ya pasaron. Los meses de llorar mientras releía nuestro blog, ya pasaron. Los meses de ser y parecer un loser...quedaron en el olvido.
Renací cual ave fénix, pero rollo fucker. Renací como renacen los pardillos cuando terminan el instituto (y les dejan de robar el bocadillo en el recreo). Renací como se renace cuando vas hasta arriba de alcohol y te metes una raya de speed. Renací como... bueno, es igual, RENACÍ.
Lo primero que hice fue actualizar nuestro blog, con una entrada cuyo título era " Día 1: Marnie te echo de menos".
Tenía la esperanza de que lo leyera, obvio.
Redacté la entrada. Puse: "Te jodes marrana. Me dejaste y ahora eres una gorda con un bollo en el horno, y encima estás con un chino al que seguro que le mide 2mm. Soy feliz. Ciao."
Se que nunca lo leerá.
Realmente no sabía lo que era ser feliz. Con Marnie lo fui, pero año y pico después, se me había olvidado cómo seguir el proceso.
Llamé a Mike. Fuimos a tomar unas cervezas mientras me contaba las pajas que se había hecho mirando las fotos de la madre de su novia. MILF. Liada con su jefe. Le gustaban las faldas de cuero y sobreproteger a su hija. A los ojos de todo el mundo era la madre modélica (y buenorra).
Mike se tocaba con unas fotos de la madre de su novia, en la cocina, cocinando pancakes, con un bata de seda con la que se le transparentaban las bragas negras y el sujetador de Hello Kitty que le había robado a su hija.
Mike me daba grima. Y la cerveza también. Bebiendo solo había conseguido pensar más en Marnie y en los pancakes que ella me hacía, con un toque especial: Marihuana.
Al día siguiente, me vestí. Camiseta y pantalón negro. Me miré al espejo; la misma cara de siempre. El mismo pelo de siempre. La misma mierda de siempre.
Me senté en la cama. Cogí el ordenador. Borré la entrada de nuestro blog.
Ya no hay nuestro. Ya no hay blog. Ya no hay entrada. Ya no hay nada.
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