[...]
Sentía que mis fuerzas estaban llegando a su final, que mi respiración entrecortada era el preludio de algo terrible estaba a punto de ocurrir. Mis manos agarrotadas y entumecidas ya no guardaban más fuerza y hacía rato que habían dejado de agitarse, al igual que mis pies.
Tan solo mis brazos aún guardaban un ligero rescoldo de esperanza... esperanza... qué bonita palabra y cómo se habia ido destruyendo dentro de mi durante todo este tiempo, como las brasas de la hoguera cuando estás a punto de irte a dormir, como el ligero segundo de conciencia justo antes de caer en los brazos de Morfeo... ya no podía siquiera soñar con que quedaba de eso para mi.
Y de pronto me desperté. Adormilada busqué el teléfono y miré la hora. Las cuatro y cuarto. Como siempre.
- ¿Por qué me pasa esto a mi?, me pregunté a mi misma.
Realmente nadie sabe por qué me pasa esto a mi, ni yo misma.
Es como si me invadiera una sensación de nostalgia, de alegría y de pena y desesperación a la vez. Como cuando estás nadando en el mar y de repente viene una ola más grande de lo que te esperabas y te hunde, y tragas agua e intentas salir y tragas más agua, hasta que sales, fatigada y con una sensación de que esa ola se ha llevado parte de ti y que nunca más volverás a ver. Igual es el simil más raro que has escuchado en tu vida, pero no se me ocurre otra cosa, ahora mismo solo veo agua.
Me giro en la cama e intento volver a dormir. He escuchado que la meditación ayuda con el estrés y el agobio, pero diablos....
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