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domingo, 20 de enero de 2013

J. II

"No me resultas estimulante";  me soltó a bocajarro.
La verdad es que J. era muy así, muy impulsiva, de decírte lo primero que se le pasaba por la cabeza cuando estaba contigo. El no pararse a pensar en las consecuencias era un hecho que J. ignoraba por completo; como si el mundo fuera suyo y tuviera todo el derecho a hacer y decir lo que le viniera en gana.
Eso, era algo que me encantaba de ella. Aunque la mayor parte de las veces abriera la boca para meterse conmigo.
Los padres de J. no tenían nada que ver con ella, eran muy amables con todo el mundo, incluso con la gente que les caía mal. 
Un día, cuando fui a su casa a recogerla, me abrió la puerta su madre. Era pelirroja, con los ojos muy muy muy verdes y al piel atestada de pecas, la verdad es que era bastante guapa para su edad, unos cuarenta años (creo que tuvo a J. en un desliz con R. el padre de J. a las 16 años). Lo primero que hizo fue ofrecerme pasar, un té y unas pastas. 
Nada que ver con J.
Su padre era igual de fuerte que un leñador, de hecho lo fue cuando era joven, para ganar dinero y poder mantener a la madre de J. y a J. Vivieron durante unos años en Reykjavik, en una cabaña de madera con una chimenea asombrosamente gigante, J. me enseñó fotos un día y me dijo que allí no iba al colegio, engañaba a su madre, y cuando salía de casa se marchaba al bosque, que estaba a dos pasos de su casa, a sacar fotos a los pájaros y a los múltiples bichos que habrá por allí, que no tengo ni idea de cuales son; de hecho no sabía dónde estaba Reykjavik hasta que J. me lo dijo. Islandia.
En unos años nos iremos allí, cuando nos casemos. Sé que J. y yo nos vamos a casar, me lo ha dicho una vecina que es medio vidente. De vez en cuando la voy a ver a escondidas de mi madre, que no cree en esas cosas.
Vera tiene unos setenta años y de joven se ganó la vida en una feria leyéndole las cartas a la gente y mirando a través de una bola de cristal. Cuando me enteré, me entraron unas ganas irrefrenables de ir a que me viera el futuro, y lo hizo, acertó bastantes cosas de papá y mamá, y luego está lo de J.
La verdad que, aunque no me pegue demasiado, soy muy místico. Todos los meses me compro varias revistas sobre el más allá, los muertos vivientes, los OVNIS y esas cosas. Mi serie favorita es Expediente X, sobra decirlo.
Bueno, bastante de hablar de mí, hablemos de quien verdaderamente interesa en esta historia, J.

martes, 15 de enero de 2013

J.

La verdad es que J. no me parecía fea del todo, a decir verdad, era bastante decente, o por no ser grosero, diré mejor que era bastante mona.
Su media melena al más puro estilo Vilma Dinkley era bastante atractiva y su falda de tablas, le hacían bastante atractiva, de no ser por ese reflejo de sacarse los mocos cuando se cree que nadie la ve (pero yo sí la veo) y pegarlo bajo la mesa de clase. Aún así, era mona.

Un día vino a clase con una falda de tablas tan corta, que al sentarse se le podían ver las bragas. Blanca con puntilla rosa. Yo dejé caer un lápiz simulando mi tremenda torpeza y alcancé a ver cinco centímetros de gloriosa y cándida tela, podía ver pequeños ositos con polos de colores y pantalones cortos. Las bragas de J. eran las mejores bragas que había visto en mi vida, aunque ciertamente, no había tenido la oportunidad de ver ningunas.
Su piel era parecida al terciopelo; un día pasé por su lado y le rocé la mano, sin querer y queriendo a la vez, era suave como el terciopelo de la tela del pijama, dulce y cariñosa, borde y excitante a la vez.

A temporadas era simpática, luego, borde. Sin embargo, un día sin venir a cuento, J. se volvió simpática y amable con todo el mundo, a veces me daba un poco de repelús. Luego me enteré que se había muerto su padre, y eso le debió marcar bastante y eso, así que se daría cuenta de que la vida es demasiado bonita (la verdad es que esto suena un poco cursi) como para desperdiciarla en ser borde y en pegar mocos bajo la mesa de clase.
Al día siguiente, nos dimos la mano. Estábamos en gimnasia y teníamos que jugar a Prisionero. Me miró como diciendo ¿quién eres?. Después me sonrió y me ofreció su mano.

Nunca tuve ninguna duda, J. era la persona con la que quería pasar el resto de mi vida