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martes, 15 de enero de 2013

J.

La verdad es que J. no me parecía fea del todo, a decir verdad, era bastante decente, o por no ser grosero, diré mejor que era bastante mona.
Su media melena al más puro estilo Vilma Dinkley era bastante atractiva y su falda de tablas, le hacían bastante atractiva, de no ser por ese reflejo de sacarse los mocos cuando se cree que nadie la ve (pero yo sí la veo) y pegarlo bajo la mesa de clase. Aún así, era mona.

Un día vino a clase con una falda de tablas tan corta, que al sentarse se le podían ver las bragas. Blanca con puntilla rosa. Yo dejé caer un lápiz simulando mi tremenda torpeza y alcancé a ver cinco centímetros de gloriosa y cándida tela, podía ver pequeños ositos con polos de colores y pantalones cortos. Las bragas de J. eran las mejores bragas que había visto en mi vida, aunque ciertamente, no había tenido la oportunidad de ver ningunas.
Su piel era parecida al terciopelo; un día pasé por su lado y le rocé la mano, sin querer y queriendo a la vez, era suave como el terciopelo de la tela del pijama, dulce y cariñosa, borde y excitante a la vez.

A temporadas era simpática, luego, borde. Sin embargo, un día sin venir a cuento, J. se volvió simpática y amable con todo el mundo, a veces me daba un poco de repelús. Luego me enteré que se había muerto su padre, y eso le debió marcar bastante y eso, así que se daría cuenta de que la vida es demasiado bonita (la verdad es que esto suena un poco cursi) como para desperdiciarla en ser borde y en pegar mocos bajo la mesa de clase.
Al día siguiente, nos dimos la mano. Estábamos en gimnasia y teníamos que jugar a Prisionero. Me miró como diciendo ¿quién eres?. Después me sonrió y me ofreció su mano.

Nunca tuve ninguna duda, J. era la persona con la que quería pasar el resto de mi vida

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