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domingo, 22 de septiembre de 2019

fortíðarþrá

El tiempo pasa y yo, paso con él.
Es como si las olas que van a morir a la playa llegasen como atemorizadas, como medio muertas, casi sin vida. Un poco así es como me siento yo.
Atemorizada y medio sin vida, como con el aliento justo para llegar al final, un final.

Es triste que sea mentira eso de la gente que predice el futuro, o que por tu mano ya puede ver tu vida desde que naciste hasta ahora. Porque si a mi me lo hicieran, estoy segura de que me despacharían antes de tiempo, por aburrimiento.
Mi vida es una vorágine de aburrimiento, siempre lo ha sido. Muchos se quejan de los altibajos, de las montañas rusas, pero yo envidio esas montañas, ojalá haber tenido algo de emoción en mi vida.
Nacimiento mediocre, en una familia mediocre, en un barrio mediocre, con amigos mediocres (a veces sin ellos), estudiante mediocre en una casa mediocre.
Normalmente la vida es como el tiovivo de las ferias. El alma del jolgorio. Es bonito y te lo pasas bien, aunque a veces te mareas y vomitas.

Cuando era joven (más), un día mi abuela me dijo que la juventud era un divino tesoro. Que por muchos años que cumpliera, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta, nunca perdiera aquello que me hacía joven.

Mi abuela era lo menos mediocre que ha pisado la faz de la tierra y que pisará jamás. Hoy recuerdo esas palabras con cariño y nostalgia. Era como conocer a tu media naranja y que encima le guste Los Goonies y Joy Division a la vez. Era como escuchar toda la discografía de Sigur Ros en un día, y terminar llorando y muerta de felicidad a la vez. Era como ir a una librería y encontrarte entre los pasillos con tu escritor favorito. Era como sentarse en el sofá un 10 de enero mientras nieva y estar escribiendo una bonita poesía en tu blog para que nadie la lea pero que a tí te hace inmensamente feliz. Nana era todo eso junto y mucho más. De todo menos mediocre.
La echo tanto de menos que me moriría antes de tiempo solo por poder estar ya con ella.

Se que anclarse al pasado no tiene mucho sentido, es decir, tampoco soy una poetisa romántica del siglo XIX que escribe sobre aquel amor de infancia que nunca le hizo caso y que por eso se suicidó. Tampoco soy Sylvia Plath (hace poco quitamos el gas de la cocina de casa, así que tampoco es que pudiera recrear su trágico final), ni Alejandra Pizarnik, aunque ojalá haber conocido a Julio Cortázar.

Pero mi vida mediocre me ha abocado a esto. Realmente no sé cual es mi objetivo en la vida. Mientras tanto, lo único que me queda es esto, el blog que nadie lee.


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