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lunes, 23 de enero de 2012

güisqui

Estaba demasiado cansada como para seguirle. Después de lo que pasó, lo que menos me apetecía era seguir.
Así que me senté en mi sofá de orejas. Me sentía rara, como vacía.
Me serví un vaso del mejor qüisqui con el que contaba en esos momentos, DYC.
Mi gato Mitch Buchanan se subió encima de mis piernas, tenía hambre. Así que le puse comida en el plato y me volví a sentar.
Había llegado ese momento en el cual tienes que hacerte cargo de tus actos. Y tienes que enfrentarte con las consecuencias y liarte a ostias con ella en un ring. A ver quién gana. Si las consecuencias o yo.
Me serví otro vaso de qüisqui horrible. Odio el güisqui, pero en estos momentos, es como en las películas, que sientes la necesidad de sentarte en el sillón, con la copa en la mano, con un cigarro en la otra, y con el gato encima. Como imagen de dominadora del mundo, pero al contrario. Imagen penosa.

Ya no recordaba cómo habíamos llegado hasta este punto. Hace nada planeábamos miles de cosas y de repente todo se ha ido a la mierda.
No sé si fuí yo, aunque creo que fue un poco de todo.
Mi infidelidad, su adolescencia permanente, su inmadurez, mi indecisión.
Las cosas no pueden durar para siempre, me digo a mí misma.
Me autoconvenzo. Es lo mejor que puedo hacer ahora.
Ahora que no sé dónde estoy, ni con quién estoy.
Ahora que estoy como en un mundo paralelo. Como en un mundo extrasensorial.
Como cuando te tapas los oídos y solo oyes ligeros ecos de los ruidos del exterior.
Así que, creo que me quedaré aquí, en mi sillón, un rato más. Hasta que se me acabe la botella.
Después, ya veremos qué me depara el resto del día.

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