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martes, 28 de febrero de 2012

2.

Habían pasado ya dos meses desde aquello. Aún seguía sentado en el sofá frente a la ventana con la botella en la mano. Siempre pensé que volvería, que nos pediríamos perdon y que follaríamos como locos. Durante horas, días, semanas.

Echaba de menos su olor. Olía como debe oler el más puro amor, la juventud, un sexo limpio. Echaba de menos que su olor impregnara todo en mí, desde mis pies (tenía una extraña afición por chuparme los pies. Jamás me quejé) hasta mi cara, pasando por mi sexo. Me encantaba que hundiera su cara en mi sexo. Lo hacía mejor que nadie.

Por cierto, se llamaba Anne y era alemana, de padres emigrantes alemanes durante la guerra. Se instalaron en San Francisco y montaron una pequeña librería a la que solía ir entre clase y clase. Me encantaba esa librería. Cogías un libro, te sentabas en un sillón, fumabas y te tomabas un café y así podías estar durante horas y horas. Jamás te decían nada.

Uno de esos días, la conocí.
Estaba sentada a unos cuantos pasos de mí, leía y a la vez le echaba un ojo a la caja, por si alguien se acercaba a pagar algún libro (en realidad, casi nadie los compraba. Los leían allí durante días y después se iban).
Me gustó desde el principio. Era peliroja, tenía el el cabello largo, muy fino. Estaba sentada al lado de la ventana y los rayos del sol entraban iluminándola entera, su pelo brillaba como el fuego.
Tenía los ojos azul verdosos, los más bonitos que jamás haya visto, y tenía unos labios gruesos, pequeños pero gruesos. Daban mucho placer.

Decidí comprar un libro, uno de un poeta español, le eché una ojeada y lo encontré interesante (poco después me enteré de que lo fusilaron en su país. Creo que por ser marica. La humanidad está cayendo en la decadencia...)

Entonces, ella se acercó. Vi como se levantaba, su vestido de lunares se subió ligeramente y pude observar su entrepierna. Un ángel.
Llegó al mostrador, miró el libro, me miró a mí. Me sonrió

...

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