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lunes, 27 de febrero de 2012

Ida.

[...]
Lo más que pude hacer fue dejar la botella encima de la mesa. Después, ver por la ventana cómo se alejaba. Y con ella, todo mi ser.
No tuve fuerzas para decir nada. Después me arrepentí.
En ese momento, era como si no tuviera voz. Sólo escuchaba y mi mente procesaba todo pero no me salía de dentro decir nada. Quizá era porque en el fondo sabía que tenía razón. Mentir no estaba bien.
Recuerdo que cuando era pequeño, lo odiaba. Odiaba cuando mi madre me mentía, cuando todos me mentían por alguna razón. Decían que era por mi bien, que no estaba bien que me enterara de cosas que me iban a hacer daño. Al poco tiempo, mi madre se fue de casa y mi padre se encerró en sí mismo. Solo existían dos cosas en el mundo, su botella y él.
En el fondo, seguí sus pasos.
Ahora, mataría por una botella, pero no por ella.
Se que mentir estuvo mal, pero lo volvería a hacer. Nunca me gustó mi padre, pero soy igual. Soy igual que ese cerdo misógino y borracho.

Así que, se alejó. Se fue. Pensé que volvería porque se dejó su sujetador favorito, ese con el bordado a un lado que tanto me gustaba. Pero no, nunca volvió a por el.

Ahora, está guardado en un cajón, lo saco de vez en cuando. Me gusta pensar en ella.
Yo la quería, juro que la quería. Pero estar con una sola mujer, para mí era como estar atado a la vida. Como estar encadenado. Lo veo injusto, para mí y para ella.
Me llamaba egoísta, puede que tuviera razón.
Pero yo la quería, juro que la quería más que a nadie.

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